domingo, 4 de noviembre de 2018


El buen humor como recurso en la terapia -Procesos relacionales (con preguntas generadoras) distintos para terapeutas que buscan salir de sus certezas rutinarias (parte III)

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)
Diego Tapia Figueroa Ph. D. y
Maritza Crespo Balderrama MSc. 
(noviembre, 2018)

Todo lo que hago, lo hago con alegría.” Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)



Quien acudió a terapia y en algún momento reflexiona acerca de qué le aportó el hacerlo, en qué notó su utilidad y cómo sintió que se transformaron: su perspectiva, discursos y prácticas relacionales; suele mencionar como un punto del salto cualitativo en su proceso terapéutico, el haber podido dialogar y reír con su interlocutor (el terapeuta), el mirar con humor la complejidad, la incertidumbre y la fragilidad humana.

Es más, de las evaluaciones sobre terapias exitosas, los testimonios mencionan que sintieron y supieron que habían atravesado sus dilemas, que el proceso había concluido de forma satisfactoria, cuando fueron capaces de reírse de sí mismos (sin crueldad ni actitudes autodestructivas) y reírse con los terapeutas (disfrutando, sin culpa y sin miedo).

El buen humor es un estado de alegría o satisfacción. La tendencia a ver el lado cómico o ridículo de las cosas. La capacidad de desdramatizar (sin banalizar), a través de la creatividad inteligente, que hace sonreír, sin humillar a nadie. Como experimentamos, sentimos, aprendemos y sabemos, la alegría es una aprobación de la existencia. Ya lo hemos mencionado a lo largo de los años: reírse de uno mismo significa salir de las convenciones esclavizantes, las pomposidades moralizantes, y la tontería estereotipada, de la rutina que nos oprime. No hablamos del falso buen humor, que presenta una pseudo máscara (“todo bien”), que es hipócrita apariencia de felicidad, que evade lo significativo y que es irresponsable y negligente con las relaciones.

Decir humor es decir alegría, que es como una satisfacción momentánea de todo el ser: un asentimiento a uno mismo y al mundo. La alegría es el paso a una realidad superior, o, mejor, a un grado superior de realidad. Regocijarse es existir más: la alegría es el sentimiento que acompaña en nosotros a una expansión, o una intensificación, de nuestra potencia de existir y de obrar.  

El buen humor es antagónico de cualesquier tipo de vulgaridad, de la supuesta “objetividad y neutralidad” y de los prejuicios (“esa forma de no pensamiento, que son los prejuicios”, decía el filósofo Ludwig Wittgenstein). La alegría es la experiencia que asertivamente acepta la incertidumbre, el placer y el dolor, la muerte y la vida.

El humor es inteligente; es una apertura al placer de ser más y mejor. El buen humor convoca lo mejor de sí mismo y de los otros. Nos permite enfrentar nuestras angustias, para superarlas. Quien lo tiene, no se burla ni humilla a nadie. Sonreír, reír con los demás. Como los niños: que saben reír con todo el cuerpo, a plenitud; con espontaneidad vital. Se trata de generar el máximo de alegría, con el mínimo costo.  

¿Qué es la alegría, el buen humor? Un “sí” espontáneo a la vida que nos brota de dentro, a veces cuando menos lo esperamos. Un “sí” a lo que somos, o mejor, a lo que sentimos ser. Es la aceptación de uno mismo y de los otros, que te da paz, serenidad para generar conjuntamente (con) significados otros, distintos.

Pensar la terapia como un lugar para encontrarse y reconciliarse con el derecho a reír, ironizar con criterio, reflexionar críticamente a través del humor inteligente significa también confiar en el proceso del diálogo y en las relaciones. Es coconstruir un nuevo contexto para mirar distinto las propias experiencias (dándoles otros significados) y comenzar a desanudar los nudos relacionales que provocan estancamiento, opresión, explotación o agresión.

Los terapeutas que utilizan (insistimos: con criterio, en el momento oportuno, en el contexto adecuado, y a favor del proceso de los consultantes) el buen humor como un recurso terapéutico, lo hacen desde esta postura de curiosidad, respeto, creatividad y aceptación. Ser capaces de contagiar esa postura de buen humor, es un acto de grandeza espiritual, de generosidad humana y de democratización del espacio dialógico. Dos o más interlocutores, que comparten con espontaneidad y autenticidad la capacidad de sonreír con respeto se transforman conjuntamente, rompen las rutinas y donan mutuamente (relacionalmente) lo mejor de sí mismos; lo que podrían ser, para ser como les gustaría -en plenitud- y disfrutarlo con los demás.

Al ser creativos se moviliza el buen humor, que significa dar importancia a la creación conjunta de una atmósfera de diálogo comprometido, de aceptación y bienestar, un clima relacional de reconocimiento y legitimación mutuas, antes que a la rígida imposición de reglas, normas y protocolos. Necesitamos coconstruir templanza, que es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. El buen humor en la terapia conlleva, además de dialogar desde la complejidad, la capacidad y creatividad para movilizar recursos propios de los consultantes, y confianza en esos recursos.

El humor se genera con creatividad (libertad, imaginación e inteligencia) y significa también: a) compartir con responsabilidad; b) respeto en el encuentro con el interlocutor; c) preguntas, sobre todo preguntas, que nos interpelan y nos invitan a habitar las palabras, habitar las acciones.


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