viernes, 20 de septiembre de 2019



Descripciones sobre la depresión y algo más (segunda parte)

Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

                       Diego Tapia Figueroa, Ph.D.  y 
Maritza Crespo Balderrama, M.A.
(septiembre, 2019)

                                      "Dad palabra al dolor: el dolor que no habla, gime en el corazón hasta que lo rompe"
(William Shakespeare) 


Las estadísticas sobre estos temas abruman y nos cuestionan: cada 40 segundos (cada 40 segundos), una persona, en algún lugar del mundo, decide dejar de vivir, se suicida. Esta sociedad es una sociedad de muerte, con una estructura social hecha para la muerte y, para la mayoría de la población, muerte cruel e injusta. Recuperando otras perspectivas, que nos permitan contextualizar esta grave situación, los invitamos a seguir reflexionando con nosotros. Por supuesto, en la siguiente entrega presentaremos opciones para la terapia en estas situaciones, si bien está claro que si algo aporta y sirve es hablar, escuchar sin interrumpir, querer comprender lo complejo, no juzgar, conectarse con el otro.

El mal existe y es la ausencia de amor. Juan Luis Linares, terapeuta español, cita a Maturana, quien sostiene: “Somos criaturas amorosas y enfermamos cuando el amor se bloquea”; Linares habla de desconfirmación, uno de los fenómenos relacionales más destructivos, puesto que se trata de la negación de la existencia de alguien. Es cuando un ser humano experimenta la vivencia de que personas extraordinariamente importantes, de las que depende su supervivencia, lo olvidan, lo pierden de vista, dejan de percibir sus necesidades propias…En definitiva, que no lo consideran como individuo, sino como un instrumento o una prolongación de sí mismos. En esa atmósfera de descalificación, de desnutrición amorosa, especialmente los niños y adolescentes se quiebran por dentro.

El terapeuta John Bradshaw, al explicar su concepto de vergüenza tóxica sostiene que quien está esclavo de la vergüenza tóxica posee esa sensación de que los otros lo desaprueban y que no cumple con todos los requisitos. Está convencido que existe algo malo en sí mismo y que no hay nada que pueda hacer al respecto; que es un ser inadecuado y defectuoso. 

Un individuo dominado por la vergüenza tóxica mantiene una relación de odio consigo mismo. La vergüenza tóxica provoca un sentimiento de fracaso, le hace sentir indigno, le convence que ha fallado como persona; es una ruptura con uno mismo. El individuo se desprecia a sí mismo, y considera que no es digno de su propia confianza ni de la confianza de los demás. La persona se ve atormentada por una sensación de ausencia, vacío y desesperación. 

La depresión narra la crisis no resuelta de una persona con su contexto social y relacional. El estado depresivo es aquel en que perdemos interés y placer con respecto a lo que nos circunda, nos sentimos a pedazos, nos convencemos que no contamos para nada. Es un sufrimiento infinito, una pérdida de iniciativas, una sensación permanente de dolor y desesperación, un vacío que produce sólo ansiedad y que impide, a quien está deprimido, establecer cualquier tipo de relación entre su depresión y los acontecimientos de su vida.

El aporte de Giovanni Jervis, psiquiatra italiano (un psiquiatra muy distinto al común de los psiquiatras, psicoterapeutas y expertos de cualquier escuela) nos será muy útil para comprender el proceso depresivo. Sostiene Jervis (a quien reproducimos in extenso, en nuestra adaptación) que la depresión es un desequilibrio del tono de humor. El tono del humor, es decir el equilibrio entre depresión y euforia, es el más frágil e inestable de todos los equilibrios psíquicos. Un cierto grado de euforia es un aspecto constitutivo del deseo de vivir, y probablemente sea indispensable para hacer proyectos o incluso vislumbrar el futuro. O, viceversa, poder hacer proyectos y vislumbrar el futuro es necesario para un justo “equilibrio eufórico” del humor.

Dice Jervis, que las “personalidades depresivas” son personas raramente alegres, que tienden al pesimismo, tienen escasa confianza en sí mismas y son poco agresivas: se dedican, en general, con diligencia, entrega y profundidad a sus tareas porque tienen un fuerte sentido del deber, pero muestran escaso entusiasmo y escasa creatividad; arriesgan poco y construyen lentamente; disfrutan con las pequeñas cosas.

Proyectarse hacia el futuro significa no estar deprimido

Los padres tendencialmente deprimidos someten a sus hijos a un clima familiar poco alegre y a una educación rígida y culpabilizadora, que facilitan su futura depresión. En la edad madura suele ser más frecuente la depresión: aparece una crisis de la normal capacidad de proyectarse hacia el futuro y, proyectarse hacia el futuro significa no estar deprimido.

Quien está verdaderamente deprimido se siente arrasado y ha perdido toda esperanza de poder liberarse de su condición. En general, la persona deprimida no suscita simpatías, sino fastidio, enojo y agresividad. Los “buenos consejos” para la persona deprimida abundan (y no sirven), el animarle a que se divierta, el decirle que deje de pensar en ello, que se consiga pareja, trabajo; una actitud semejante, que, además, siempre está teñida de hostilidad y de impaciencia, no solo no le resulta útil, sino que tiende en general a culpabilizarle más de su estado de ánimo, a hacerle sentir más impotente y solitario/a, más desprovisto de esperanza.

En general, la depresión es vivida por el individuo como una actitud de absoluto realismo respecto a la propia situación vital o a la condición humana en su conjunto. En otras palabras, el deprimido suele sostener que tiene todos los motivos para estar así. No siempre carece de razón. Lo importante es que el deprimido, sea cual fuere la causa y la legitimidad de su depresión, se halla en un estado de sufrimiento que siempre hace justificado y significativo un intento de apoyo (lo que no significa asumir el rol de “salvador”, para terminar crucificado).

Sostiene Giovanni Jervis que, el deprimido no sólo es una persona triste: le caracterizan, además, la desconfianza y la falta de aprecio en sí mismo, el sentimiento de culpa, la incapacidad de expresar la agresividad, el encerrarse en sí mismo, la necesidad de autocastigo. El deprimido es, además, una persona que no consigue imaginar el futuro. Carente de confianza en la vida, totalmente pesimista sobre cualquier posibilidad, privado de creatividad y de fuerza, es incapaz de proyectarse en el tiempo y de formular proyectos concretos: así pues, no puede ni imaginar la superación de su tristeza, porque su vida es un eterno presente, desprovisto de perspectivas, de posibilidades y de alegría. El mundo se le antoja incoloro, uniforme, petrificado: los sentimientos han muerto, y la muerte está por doquier, en su cuerpo y en las cosas.

La jornada típica del deprimido grave es un abismo de dolor; el tiempo se eterniza. El deprimido siente permanente dificultades en dormirse y con gran facilidad se despierta muy pronto por la mañana, con una sensación de profunda angustia. La idea de tener que pasar el día le asusta: no consigue imaginarse cómo conseguirá llenar unas horas que se le antojan vacías, inútiles y desprovistas de sentido. El sentimiento de tristeza y de inutilidad que experimenta le sugiere inevitablemente la imagen de la muerte como una liberación. El individuo deprimido está abrumado por sus propios errores, las propias culpas, las propias limitaciones. Con exasperado rigor moral, no consigue disculpar nada de su pasado, pero tampoco la situación presente. Existe en él, la imposibilidad de encontrar el más mínimo interés en cualquier cosa y, por tanto, en concentrarse y trabajar; mucho menos de disfrutar.

Depresión y ansiedad

Explica Giovanni Jervis que muy frecuentemente, la depresión va acompañada de la ansiedad. Depresión y ansiedad son dos estados de ánimo afines, pero claramente diferenciados. La ansiedad se trata de estar en espera de amenazas desconocidas, sufrimiento y temor ante posibles acontecimientos desagradables, en cambio, la depresión no se dirige al futuro sino exclusivamente al presente y al pasado: es remordimiento, dolor por las cosas perdidas, angustia no por la amenaza de un mal, sino por un mal irremediablemente actual.

El dolor de la depresión es tan intenso, tan constante el sentido de la inutilidad de la vida y tan presente el sentido de la pérdida del propio valor, que es raro que un deprimido no piense alguna vez en el suicidio aunque no siempre lo mencione. El mismo problema del suicidio y del ansia que esta posibilidad provoca en parientes y terapeutas, debe discutirse con la persona deprimida; en muchos casos puede resultar oportuno, responsabilizar al deprimido sobre este punto, diciéndole y haciéndole entender que es libre, y que nadie, si realmente lo desea, puede impedirle que se suicide. Una actitud de este tipo (que implica respeto, serenidad y templanza) puede ser útil asimismo para romper el frecuente círculo vicioso de ansias, amenazas y chantajes psicológicos entre la persona deprimida y los familiares.

El deprimido se vive a sí mismo como indigno, muerto e inútil; la auto condena es total: el deprimido esta “muerto”; se refugia en una moralidad de tipo absoluto, un valor externo del que no es dueño, y por el cual sólo puede ser aplastado. En la depresión nada evoluciona; el tiempo se ha detenido. El sentimiento de culpa de la depresión es tal que el individuo se corta de raíz la posibilidad de reaccionar, de combatir contra una situación difícil; se siente inducido a pensar que esta situación no sólo es inevitable, sino que también es justa, y que su deber es vivirla hasta el fondo. Esto no significa que no quiera salir de su sufrimiento: significa, más bien, que no consigue imaginar un legítimo modo de ser, diferente de este dolor.

El deprimido en ocasiones se adapta y se esmera en perpetuarse en su papel de persona desgraciada y afligida; pero con mayor frecuencia y más típicamente no sale del duelo, por una voluntad de auto clausura auto punitiva. El insomnio del deprimido, por ejemplo, está hecho de arrepentimiento y de autoacusaciones, pero también de una exacerbada tensión moral; el deprimido se niega a sí mismo cualquier posible relajamiento, cualquier derecho a olvidar, ni siquiera durante las escasas horas de sueño.

Agrega Giovanni Jervis, que lo que siempre es específico de la situación psicológica del deprimido no es tanto el no conseguir descubrir alternativas como el no conseguir descubrir las conexiones (sociales-relacionales) de aquella situación vital dolorosa o decepcionante que lo tiraniza con la depresión. Quien no consigue descubrir en la sociedad y en la historia el designio más amplio en que se inscribe su propia condición de vida, está abocado a encerrarse en sí mismo, y en buscar las causas del mal en su interior. Así pues, el deprimido no se considera tan culpable de la propia depresión como de haber construido (en cuanto individuo aislado) una existencia en la que ya no cree.

En la persona deprimida, en su infancia y en su historia de vida, aparece siempre la formación de una moral particular, de un “deber ser” rígido, perfeccionista, absolutista, dogmático y punitivo; lo oprimen los prejuicios y el no construir nuevos sentidos y significados.

¿Ayudan los fármacos, las medicinas antidepresivas?

Según el psicoterapeuta italiano Luigi Cancrini (también lo reproducimos in extenso, en nuestra adaptación), las pastillas ponen en movimiento, en el bien y en el mal, mecanismos de negación; las pastillas inducen, tanto en el “paciente” como en sus familiares, a la idea de que el objetivo crucial de la intervención terapéutica sea el de mantener al margen la crisis y no aquel de afrontar el drama de la persona que sufre.

Según Cancrini, el problema del uso de las pastillas antidepresivas es la facilidad con la cual se prometen soluciones fáciles e irreales a quienes tienen miedo de no lograr salir de la crisis a base de su propio compromiso responsable con un proceso terapéutico consistente. El uso de los antidepresivos es similar a la posición de los quirománticos, astrólogos, magos y sanadores de todo tipo: la capacidad de hacer creer que las dificultades del individuo deprimido dependen de factores misteriosos y a la posibilidad de su propia intervención activa.

A menudo, el dar respuestas químicas estandarizadas a cierto tipo de depresiones, no ayuda a la persona a entender y a llegar a la raíz de su propio malestar. Puede mantenerla artificialmente en un limbo, alejándola de su atención a lo que debe poner en palabras y a las relaciones que necesita transformar; y la depresión regresará en otro momento, de una forma inevitablemente más dramática. Con las píldoras antidepresivas se mantiene en calidad de “zombies” y con la conciencia narcotizada a las personas deprimidas; se les impide la opción de confrontar su dolor, actuar diferente y transformarse responsablemente.

Según Cancrini, el uso indiscriminado e irresponsable de pastillas antidepresivas tiene como consecuencia el no incidir sobre el auténtico dolor de la persona, alejarse de él, volverlo menos natural, más difícil de expresarlo. A quienes solamente recetan pastillas, con frecuencia lo que es evidente que les falta completamente es la capacidad de escuchar el real sufrimiento de la persona deprimida. El dolor del otro nos recuerda el nuestro, aquel que no somos capaces de admitir ni reconocer, aquel que negamos.

La persona que viene colonizada por las recetas de estos médicos y psiquíatras, en lugar de ser apoyada para atravesar esta etapa dolorosa, buscando comprender su contexto emocional y sus relaciones con los demás, viene empujada a negar su realidad, para protegerse; y, se estanca, se congela en su sufrimiento. Así por el uso de fármacos, recurren a la negación para no reconocer el sentido relacional y social, las razones profundas y complejas de su tristeza; píldoras que repiten los nudos relacionales y los perpetúan, que impiden expresar el conflicto en el que están involucrados.

Con frecuencia los fármacos sirven sólo para esconder y enmascarar los asuntos difíciles de las relaciones, para perder tiempo y son un excelente negocio para las farmacéuticas y sus expertos privilegiados servidores, que viven muy bien del dolor de los demás. Le roban el derecho a que la persona deprimida exprese sus sentimientos: una rabia que no puede ser expresada ni vivida hasta que queda escondida y ahogada atrás de la costra envenenada de las píldoras antidepresivas.

La miseria humana que multiplica esta sociedad capitalista orientada con fundamentalismo a sostener las jerarquías, vacía espiritualmente a las personas más sensibles y a las más vulnerables; excluye y estigmatiza su diferencia y rebeldía; les impone la cómoda máscara de la "enfermedad", que deben diagnosticar y medicar los "expertos" en el control social para que "todos" parezcan y actúen como si fuesen felices. En este juego de apariencias, el poder margina, oprime y silencia política y socialmente las preguntas complejas con las que toda persona "con depresión" nos interpela.

Continuará en 15 días…

Ver: Luigi Cancrini, Date parole al dolore. La depressione: conoscerla per guarire, Editore: Frassinelli; 4 edizione (1 settembre 2003)

NOTA IMPORTANTE:
Recuerden que la Certificación Internacional en Prácticas Colaborativas, capítulo Ecuador, comenzará en abril de 2020. Si quieren innovar con creatividad y aprender algo útil para sus prácticas profesionales, no dejen que nada les impida participar y enriquecerse humanamente (así como en lo teórico y en lo práctico) de esta experiencia abierta a todas/os los profesionales de los campos sociales.
ICPCP (International Certificate Program in Collaborative Practices) en Ecuador con el aval académico del TAOS INSTITUTE y el HOUSTON GALVESTON INSTITUTE de Estados Unidos. En esta Certificación Internacional tendremos un equipo de docentes con experiencia y prestigio mundial. Por ejemplo: Harlene Anderson, Ph,D. (Estados Unidos); Sylvia London, MA. (México); Mónica Sesma, Ph.D. (México); Diana Carleton, ED.D. (Estados Unidos); Garbiñe Delgado, Ph.D. (España); Richard De La Cuadra, fundador de la Academia Educacional Xavier (Estados Unidos); Maritza Crespo Balderrama, MA. (Ecuador); Diego Tapia Figueroa, Ph.D. (Ecuador). Se irán sumando otros profesionales de Argentina, Brasil, etcétera. Toda la formación y capacitación será en español (cuando se requiera, con traducción simultánea al español).

viernes, 6 de septiembre de 2019



Descripciones sobre la depresión y algo más (primera parte)
Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

                       Diego Tapia Figueroa, Ph.D. 
Maritza Crespo Balderrama, M.A.
(septiembre, 2019)

                                        “Lamentar un infortunio pasado y que ahora no existe es la vía más segura de crearse otro infortunio”.
(William Shakespeare)

Cada día la tristeza (como otras emociones) se presenta en las relaciones sociales como parte de la compleja condición humana y adquiere, con frecuencia, un poder abusivo y cruel, que tiraniza, oprime y roba la vida de las personas. Es un desafío interrogarse de manera auténtica sobre lo que construye la consciencia ética: ¿desde qué sentimiento decido proponerme y comunicarme en cada relación: desde la queja, desde la tristeza, desde la ira, desde la alegría?

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS):

Se estima que cerca de 50 millones de personas en la región de las Américas viven con depresión…La depresión es la principal causa de problemas de salud y discapacidad en todo el mundo…La depresión nos afecta a todos. No discrimina por edad, etnia o historia personal. Puede dañar las relaciones, interferir con la capacidad de las personas para ganarse la vida, y reducir su sentido de la autoestima…la depresión afecta a más de 300 millones de personas. En el peor de los casos puede llevar al suicidio. Cada año se suicidan cerca de 800.000 personas, y el suicidio es la segunda causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. 


Hay contextos sociales, económicos, culturales, familiares que crean y contribuyen a acentuar las experiencias y sensaciones de tristeza. Por ejemplo, en nuestro trabajo psicoterapéutico, la evidencia nos demuestra que muchas de las personas que atraviesan estas crisis de tristeza profunda que les paraliza, de depresión constante, fueron víctimas de abuso sexual en su niñez o adolescencia. O, que fueron y han sido víctimas de abuso sexual emocional, por parte de personas significativas de su contexto familiar y relacional. Han sido personas maltratadas, abandonadas y no protegidas y no aceptadas ni reconocidas ni legitimadas por sus padres; o saqueadas y vampirizadas emocionalmente por sus padres, parientes, parejas, amigos. No se han sentido amadas, aceptadas, reconocidas.

La dictadura de la moda contemporánea, que obliga y amaestra para presentar una fachada de perenne e hipócrita pseudo felicidad: de un lado los “exitosos-felices-consumidores” y del otro los “perdedores-improductivos-deprimidos”; un deber ser feliz 24/7, impide que se hable de estas complejas y dolorosas experiencias; fachada acompañada de manuales de autoayuda mercenaria, que son un embudo vulgar y tonto por el que deben pasar todas las personas. O, casi siempre se escoge el camino de recetar fármacos -lo que al parecer también está de moda- que llenan de zombis las familias y la sociedad en lugar de poner palabras al dolor.  No incentiva el pensamiento crítico ni el diálogo reflexivo para crear alternativas responsables; y, al no hablar se deshumanizan las relaciones y la depresión impera y enajena. 

¿Qué pasa cuando llegan períodos en donde el tono de humor es más bien confuso, y si algo se siente es tristeza, incertidumbre, cansancio, rabia, amargura, impotencia, vergüenza, derrota, vulnerabilidad y frustración? La sociedad ecuatoriana no se caracteriza por generar contextos de bienestar, respeto y alegría. Se constata cotidianamente que en este país las condiciones de vida no mejoran para la mayoría de la población. Es un contexto complejo y difícil, en donde la lucha diaria para vivir con dignidad, no produce los resultados esperados; a menudo es desgastante y desmoralizador. El poder y los privilegios en manos de castas de corruptos y mafiosos, el bienestar solo para una minoría y las mayorías excluidas, disciplinadas, marginadas, oprimidas son el contexto de este mundo con jerarquías, que se venden y aceptan como normales, naturales y eternas.

Las personas que empiezan a ser esclavas de su depresión, sienten que valen poco, esperan el rechazo de los demás, su maltrato y engaño. Se encierran en la desconfianza, las ganas de nada, el cansancio, el sueño, en el aislamiento. Hay una voz interior que martilla, con la misma dolorosa y desesperante cantaleta: “eres inservible, no vales, no te mereces nada bueno, no puedes, tus ideas son pésimas, tus sentimientos son basura, eres despreciable, todo irá peor”, etc. Esta sensación de vacío se experimenta como una derrota que confirma el propio fracaso existencial. Estas personas se sienten culpables, se juzgan y condenan a la infelicidad; van por el mundo y la vida, casi pidiendo perdón por existir. Sus miedos las hacen personas pusilánimes, pueriles, dependientes de los abusadores o abusadoras de turno.

Las personas que se dejan tiranizar por la tristeza, y casi parecen autocomplacerse en esa profunda y perenne tristeza, son profundamente desconfiadas. No confían ni en su propia sombra. Ven con envidia y rencor el amor que reciben otros; los logros y el bienestar de los otros, lo experimentan como un insulto, una agresión personal. Con frecuencia las personas que se acostumbran a este estado de cosas: sufrir, llorar, considerarse lo peor, aislarse, agonizar en su letargo y excluir a los otros de sus vidas, buscan establecer relaciones de pareja o de amistad o familiares de enorme dependencia y codependencia: “sin ti me muero”, es su slogan; al que agregan en su interior: “contigo, me tengo que morir o dejar morir, o al menos, impedir tu vida libre de mí”. Tienen expectativas irreales, idealizan las relaciones, e infantilizan esas relaciones. Exigen y esperan obligatoriamente solo la perfección; y, todo detalle imperfecto es visto como traición, inconsecuencia, deslealtad y juego sucio. Son feroces e implacables en su petición de perfección a sus parejas, amigos y familiares (y a sí mismos). 

Atormentados por la depresión no admiten errores, debilidades y contradicciones propias de la compleja y vulnerable condición humana. No aceptan ni admiten ni tienen tolerancia a la frustración; y, cuando se frustran se desencadena una reactividad destructiva y autodestructiva; resentimientos permanentes; desconfianzas irreversibles. Viven alimentándose de prejuicios; los límites relacionales éticos les parece una evidencia más de la injusticia contra ellos/as. Se niegan a trabajar para generar la mejor versión de sí mismos/as.

Mantienen relaciones, que les confirman algo cruel e injusto (y que no es verdad): que son basura, que son un basurero, un depósito de la basura de los demás. La capitulación como sujetos de derechos, con su propia subjetividad. Y, terminan de desgastarse y perder su dignidad y libertad, inventando coartadas, pretextos y justificaciones para sus viles, crueles, cínicos e injustos verdugos. Amos-verdugos a los que “aman”.

Víctimas profesionales

Estas personas se colocan la depresión como una medalla y demandan caprichosamente, de forma abusiva e irracional, y con arraigado resentimiento, ser complacidas, obedecidas y sobreprotegidas como una muestra de un auténtico interés, afecto y respeto. Se sienten justamente oprimidas por historias de malos tratos e irrespetos familiares, de pareja o de sus redes de amigos y sociales; al mismo tiempo, asumen una posición de víctima, que desde su auto victimización constante, chantajea emocionalmente a los demás, los culpa de su parálisis, los responsabiliza de su miedo a la vida. Y, aprenden algo triste: que la víctima puede ejercer un enorme poder sobre los otros, que puede tiranizar a los otros, con su triste “ser víctima profesional”. Pueden ser inteligentes, y eligen vivir tontamente.

Al presentarse como víctimas, al dar pena, al tocar la mala conciencia de los que pueden valorar la vida obtienen “ganancias”: ser el centro de la atención; colonizar el tiempo y el espacio de los demás; oprimir con su egoísmo y ceguera.  Solo su dolor hipertrofiado existe y debe ser escuchado y consolado, el de los demás es una molestia, que no les interesa, al que son indiferentes, o les incomoda y molesta. Se han enamorado de su voz quejosa y enojada, apasionados/as en rumiar su triste derrota, su resignación, sus renuncias. “Los demás nacieron con estrella, yo nací estrellado/a”. Prisioneros de un monólogo repetitivo, sordo y ciego al contexto, a las transformaciones, a la vida. 

Los personajes tristes experimentan el no ser. Sus sentimientos y sensaciones son de vacío y su vida no tiene sentido. No reconocen en sí mismos/as ningún recurso, cualidad, valor, importancia, mérito, capacidad, inteligencia. El mundo es una amenaza y las demás personas, potencialmente enemigos y malvados. No encuentran placer en ninguna actividad humana. No gozan (y sabotean a los demás) a plenitud del sexo, del comer o del dormir, el estudio, el trabajo, el tiempo libre; sentir alegría les parece incoherente; no disfrutan ni dejan disfrutar. Y, si alguna vez pasa, sienten miedo y se culpan. No se concentran, ni logran estar realmente presentes en ninguna comunicación, acción, ni relación. Eligen la desconfianza como su compañera. Viven bajo la tiranía del miedo a ser juzgados, rechazados, cuestionados, a comprometerse con el otro. 


Dejan de sentir

Las personas que eligen como compañía permanente la depresión, se dejan consumir por la vergüenza y, para sobrevivir, se convierten en actores y actrices consumados, en el arte de mostrar una máscara, una fachada de supuesto bienestar, intentando ocultar con un esfuerzo enorme su ansiedad, angustia, miedo, culpa: creen que, engañando a todos, podrán con esta mentira emocional que los desgasta, se imaginan que podrán pasar desapercibidos. Son personas expertas en decir solamente cosas negativas a los demás, expertas en buscar el “pero”, el déficit; minimizan los logros de los demás, o los ridiculizan, se niegan a reconocer las buenas intenciones, a valorar el afecto que reciben, son expertas en el rechazo; y se convierten en personas agresivas, negativas, violentas en su lenguaje, y difíciles de satisfacer. Se callan envenenándose y obligan a callar a los otros. 

Temen la intimidad con los demás; se estresan a cada momento y con cualesquier situación y contexto; no dejan espacio para un poco de paz en su mente, en su cuerpo, en sus palabras, en su silencio, en sus relaciones; se refugian en pensamientos negativos y repetitivos, que “les encanta” rumiar hasta quedar sin energía. Quieren controlar cada relación, y a la vez, temen construir vínculos significativos. Con su aislamiento, su tristeza infinita, su aceptar vivir bajo la tiranía del miedo y la culpa, llegan a un punto crítico: dejan de sentir. Eligen el drama y se desperdician sin criterio.

El desafío es conectarse, quererse y aceptarse a sí mismo, comprometerse a confiar en uno mismo y en los demás, a elaborar, conscientemente, la creencia de que soy bueno como ser humano; sin desechar mis contradicciones, debilidades y errores humanos.

Somos seres relacionales, que nos construimos con el otro, con las historias que contamos a los otros de nosotros y las que los otros cuentan sobre nosotros. Somos lo que creemos que somos. Cuando podemos cambiar nuestras conversaciones y transformar los significados de nuestras experiencias y resignificarlas, nuestras creencias negativas sobre nosotros mismos y el mundo, transformamos la calidad de nuestras vidas. Este movimiento relacional influye en nuestro contexto: cuando aprendemos modos de incrementar nuestra mirada asertiva, con reflexiones creativas y positivas también realzamos las vidas de los demás. Enfrentar y atravesar la depresión no depende de llegar a ser esto o aquello, sino de aprender a gozar de lo que uno es y de lo que se puede llegar a ser con los demás.

Les sugerimos mirar este vídeo: 



Continuará en 15 días…