Descripciones sobre la depresión y algo más (segunda parte)
Consorcio Relacional y
Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)
Diego
Tapia Figueroa, Ph.D. y
Maritza Crespo
Balderrama, M.A.
(septiembre, 2019)
"Dad
palabra al dolor: el dolor que no habla, gime en el corazón hasta que lo
rompe"
(William Shakespeare)
Las estadísticas sobre estos temas abruman
y nos cuestionan: cada 40 segundos (cada 40 segundos), una persona, en algún
lugar del mundo, decide dejar de vivir, se suicida. Esta sociedad es una
sociedad de muerte, con una estructura social hecha para la muerte y, para la
mayoría de la población, muerte cruel e injusta. Recuperando otras perspectivas,
que nos permitan contextualizar esta grave situación, los invitamos a seguir
reflexionando con nosotros. Por supuesto, en la siguiente entrega presentaremos
opciones para la terapia en estas situaciones, si bien está claro que si algo
aporta y sirve es hablar, escuchar sin interrumpir, querer comprender lo
complejo, no juzgar, conectarse con el otro.
El mal existe y es la ausencia de amor.
Juan Luis Linares, terapeuta español, cita a Maturana, quien sostiene: “Somos
criaturas amorosas y enfermamos cuando el amor se bloquea”; Linares habla
de desconfirmación, uno de los fenómenos relacionales más destructivos, puesto
que se trata de la negación de la existencia de alguien. Es cuando un ser
humano experimenta la vivencia de que personas extraordinariamente importantes,
de las que depende su supervivencia, lo olvidan, lo pierden de vista, dejan de
percibir sus necesidades propias…En definitiva, que no lo consideran como
individuo, sino como un instrumento o una prolongación de sí mismos. En esa
atmósfera de descalificación, de desnutrición amorosa, especialmente los niños
y adolescentes se quiebran por dentro.
El terapeuta John
Bradshaw, al explicar su concepto de vergüenza tóxica sostiene que quien está esclavo de la
vergüenza tóxica posee esa sensación de que los otros lo desaprueban y que no
cumple con todos los requisitos. Está convencido que existe algo malo en sí
mismo y que no hay nada que pueda hacer al respecto; que es un ser inadecuado y
defectuoso.
Un individuo dominado por la vergüenza tóxica mantiene una relación
de odio consigo mismo. La vergüenza tóxica provoca un sentimiento de fracaso,
le hace sentir indigno, le convence que ha fallado como persona; es una
ruptura con uno mismo. El individuo se desprecia a sí mismo, y considera que no
es digno de su propia confianza ni de la confianza de los demás. La persona se
ve atormentada por una sensación de ausencia, vacío y desesperación.
La depresión narra la
crisis no resuelta de una persona con su contexto social y relacional. El
estado depresivo es aquel en que perdemos interés y placer con respecto a lo
que nos circunda, nos sentimos a pedazos, nos convencemos que no contamos para
nada. Es un sufrimiento infinito, una pérdida de iniciativas, una sensación
permanente de dolor y desesperación, un vacío que produce sólo ansiedad y que
impide, a quien está deprimido, establecer cualquier tipo de relación entre su
depresión y los acontecimientos de su vida.
El aporte de Giovanni Jervis, psiquiatra
italiano (un psiquiatra muy distinto al común de los psiquiatras,
psicoterapeutas y expertos de cualquier escuela) nos será muy útil para
comprender el proceso depresivo. Sostiene Jervis (a quien reproducimos in
extenso, en nuestra adaptación) que la depresión es un desequilibrio del tono
de humor. El tono del humor, es decir el equilibrio entre depresión y euforia,
es el más frágil e inestable de todos los equilibrios psíquicos. Un cierto
grado de euforia es un aspecto constitutivo del deseo de vivir, y probablemente
sea indispensable para hacer proyectos o incluso vislumbrar el futuro. O,
viceversa, poder hacer proyectos y vislumbrar el futuro es necesario para un
justo “equilibrio eufórico” del humor.
Dice Jervis, que las “personalidades depresivas”
son personas raramente alegres, que tienden al pesimismo, tienen escasa
confianza en sí mismas y son poco agresivas: se dedican, en general, con
diligencia, entrega y profundidad a sus tareas porque tienen un fuerte sentido
del deber, pero muestran escaso entusiasmo y escasa creatividad; arriesgan poco
y construyen lentamente; disfrutan con las pequeñas cosas.
Proyectarse hacia el futuro significa no
estar deprimido
Los padres tendencialmente deprimidos
someten a sus hijos a un clima familiar poco alegre y a una educación rígida y
culpabilizadora, que facilitan su futura depresión. En la edad madura suele ser
más frecuente la depresión: aparece una crisis de la normal capacidad de
proyectarse hacia el futuro y, proyectarse hacia el futuro significa no estar
deprimido.
Quien está verdaderamente deprimido se
siente arrasado y ha perdido toda esperanza de poder liberarse de su condición.
En general, la persona deprimida no suscita simpatías, sino fastidio, enojo y
agresividad. Los “buenos consejos” para la persona deprimida abundan (y no
sirven), el animarle a que se divierta, el decirle que deje de pensar en ello,
que se consiga pareja, trabajo; una actitud semejante, que, además, siempre
está teñida de hostilidad y de impaciencia, no solo no le resulta útil, sino
que tiende en general a culpabilizarle más de su estado de ánimo, a hacerle
sentir más impotente y solitario/a, más desprovisto de esperanza.
En general, la depresión es vivida por
el individuo como una actitud de absoluto realismo respecto a la propia
situación vital o a la condición humana en su conjunto. En otras palabras, el
deprimido suele sostener que tiene todos los motivos para estar así. No siempre
carece de razón. Lo importante es que el deprimido, sea cual fuere la causa y
la legitimidad de su depresión, se halla en un estado de sufrimiento que
siempre hace justificado y significativo un intento de apoyo (lo que no
significa asumir el rol de “salvador”, para terminar crucificado).
Sostiene Giovanni Jervis que, el
deprimido no sólo es una persona triste: le caracterizan, además, la
desconfianza y la falta de aprecio en sí mismo, el sentimiento de culpa, la
incapacidad de expresar la agresividad, el encerrarse en sí mismo, la necesidad
de autocastigo. El deprimido es, además, una persona que no consigue imaginar
el futuro. Carente de confianza en la vida, totalmente pesimista sobre
cualquier posibilidad, privado de creatividad y de fuerza, es incapaz de
proyectarse en el tiempo y de formular proyectos concretos: así pues, no puede
ni imaginar la superación de su tristeza, porque su vida es un eterno presente,
desprovisto de perspectivas, de posibilidades y de alegría. El mundo se le
antoja incoloro, uniforme, petrificado: los sentimientos han muerto, y la
muerte está por doquier, en su cuerpo y en las cosas.
La jornada típica del deprimido grave es
un abismo de dolor; el tiempo se eterniza. El deprimido siente permanente
dificultades en dormirse y con gran facilidad se despierta muy pronto por la
mañana, con una sensación de profunda angustia. La idea de tener que pasar el
día le asusta: no consigue imaginarse cómo conseguirá llenar unas horas que se
le antojan vacías, inútiles y desprovistas de sentido. El sentimiento de
tristeza y de inutilidad que experimenta le sugiere inevitablemente la imagen
de la muerte como una liberación. El individuo deprimido está abrumado por sus
propios errores, las propias culpas, las propias limitaciones. Con exasperado
rigor moral, no consigue disculpar nada de su pasado, pero tampoco la situación
presente. Existe en él, la imposibilidad de encontrar el más mínimo interés en
cualquier cosa y, por tanto, en concentrarse y trabajar; mucho menos de
disfrutar.
Depresión y ansiedad
Explica Giovanni Jervis que muy
frecuentemente, la depresión va acompañada de la ansiedad. Depresión y ansiedad
son dos estados de ánimo afines, pero claramente diferenciados. La ansiedad se trata de estar en espera de amenazas desconocidas, sufrimiento y temor ante posibles
acontecimientos desagradables, en cambio, la depresión no se dirige al futuro
sino exclusivamente al presente y al pasado: es remordimiento, dolor por las
cosas perdidas, angustia no por la amenaza de un mal, sino por un mal
irremediablemente actual.
El dolor de la depresión es tan intenso,
tan constante el sentido de la inutilidad de la vida y tan presente el sentido
de la pérdida del propio valor, que es raro que un deprimido no piense alguna
vez en el suicidio aunque no siempre lo mencione. El mismo problema del suicidio
y del ansia que esta posibilidad provoca en parientes y terapeutas, debe
discutirse con la persona deprimida; en muchos casos puede resultar oportuno,
responsabilizar al deprimido sobre este punto, diciéndole y haciéndole entender
que es libre, y que nadie, si realmente lo desea, puede impedirle que se
suicide. Una actitud de este tipo (que implica respeto, serenidad y templanza) puede
ser útil asimismo para romper el frecuente círculo vicioso de ansias, amenazas
y chantajes psicológicos entre la persona deprimida y los familiares.
El deprimido se vive a sí mismo como
indigno, muerto e inútil; la auto condena es total: el deprimido esta “muerto”;
se refugia en una moralidad de tipo absoluto, un valor externo del que no es
dueño, y por el cual sólo puede ser aplastado. En la depresión nada evoluciona;
el tiempo se ha detenido. El sentimiento de culpa de la depresión es tal que el
individuo se corta de raíz la posibilidad de reaccionar, de combatir contra una
situación difícil; se siente inducido a pensar que esta situación no sólo es
inevitable, sino que también es justa, y que su deber es vivirla hasta el fondo.
Esto no significa que no quiera salir de su sufrimiento: significa, más bien,
que no consigue imaginar un legítimo modo de ser, diferente de este dolor.
El deprimido en ocasiones se adapta y se
esmera en perpetuarse en su papel de persona desgraciada y afligida; pero con
mayor frecuencia y más típicamente no sale del duelo, por una voluntad de auto
clausura auto punitiva. El insomnio del deprimido, por ejemplo, está hecho de
arrepentimiento y de autoacusaciones, pero también de una exacerbada tensión
moral; el deprimido se niega a sí mismo cualquier posible relajamiento,
cualquier derecho a olvidar, ni siquiera durante las escasas horas de sueño.
Agrega Giovanni Jervis, que lo que
siempre es específico de la situación psicológica del deprimido no es tanto el
no conseguir descubrir alternativas como el no conseguir descubrir las conexiones
(sociales-relacionales) de aquella situación vital dolorosa o decepcionante que
lo tiraniza con la depresión. Quien no consigue descubrir en la sociedad y en
la historia el designio más amplio en que se inscribe su propia condición de
vida, está abocado a encerrarse en sí mismo, y en buscar las causas del mal en
su interior. Así pues, el deprimido no se considera tan culpable de la propia
depresión como de haber construido (en cuanto individuo aislado) una existencia
en la que ya no cree.
En la persona deprimida, en su infancia
y en su historia de vida, aparece siempre la formación de una moral particular,
de un “deber ser” rígido, perfeccionista, absolutista, dogmático y punitivo; lo
oprimen los prejuicios y el no construir nuevos sentidos y significados.
¿Ayudan los fármacos, las medicinas
antidepresivas?
Según el psicoterapeuta italiano Luigi
Cancrini (también lo reproducimos in extenso, en nuestra adaptación), las
pastillas ponen en movimiento, en el bien y en el mal, mecanismos de negación;
las pastillas inducen, tanto en el “paciente” como en sus familiares, a la idea
de que el objetivo crucial de la intervención terapéutica sea el de mantener al
margen la crisis y no aquel de afrontar el drama de la persona que sufre.
Según Cancrini, el problema del uso de
las pastillas antidepresivas es la facilidad con la cual se prometen soluciones
fáciles e irreales a quienes tienen miedo de no lograr salir de la crisis a
base de su propio compromiso responsable con un proceso terapéutico consistente.
El uso de los antidepresivos es similar a la posición de los quirománticos,
astrólogos, magos y sanadores de todo tipo: la capacidad de hacer creer que las
dificultades del individuo deprimido dependen de factores misteriosos y a la
posibilidad de su propia intervención activa.
A menudo, el dar respuestas químicas
estandarizadas a cierto tipo de depresiones, no ayuda a la persona a entender y
a llegar a la raíz de su propio malestar. Puede mantenerla artificialmente en
un limbo, alejándola de su atención a lo que debe poner en palabras y a las
relaciones que necesita transformar; y la depresión regresará en otro momento,
de una forma inevitablemente más dramática. Con las píldoras antidepresivas se
mantiene en calidad de “zombies” y con la conciencia narcotizada a las personas
deprimidas; se les impide la opción de confrontar su dolor, actuar diferente y
transformarse responsablemente.
Según Cancrini, el uso indiscriminado e
irresponsable de pastillas antidepresivas tiene como consecuencia el no incidir
sobre el auténtico dolor de la persona, alejarse de él, volverlo menos natural,
más difícil de expresarlo. A quienes solamente recetan pastillas, con
frecuencia lo que es evidente que les falta completamente es la capacidad de
escuchar el real sufrimiento de la persona deprimida. El dolor del otro nos
recuerda el nuestro, aquel que no somos capaces de admitir ni reconocer, aquel
que negamos.
La persona que viene colonizada por las
recetas de estos médicos y psiquíatras, en lugar de ser apoyada para atravesar
esta etapa dolorosa, buscando comprender su contexto emocional y sus relaciones
con los demás, viene empujada a negar su realidad, para protegerse; y, se
estanca, se congela en su sufrimiento. Así por el uso de fármacos, recurren a
la negación para no reconocer el sentido relacional y social, las razones
profundas y complejas de su tristeza; píldoras que repiten los nudos
relacionales y los perpetúan, que impiden expresar el conflicto en el que están
involucrados.
Con frecuencia los fármacos sirven sólo
para esconder y enmascarar los asuntos difíciles de las relaciones, para perder
tiempo y son un excelente negocio para las farmacéuticas y sus expertos
privilegiados servidores, que viven muy bien del dolor de los demás. Le roban
el derecho a que la persona deprimida exprese sus sentimientos: una rabia que
no puede ser expresada ni vivida hasta que queda escondida y ahogada atrás de
la costra envenenada de las píldoras antidepresivas.
La miseria humana que multiplica esta
sociedad capitalista orientada con fundamentalismo a sostener las jerarquías,
vacía espiritualmente a las personas más sensibles y a las más vulnerables;
excluye y estigmatiza su diferencia y rebeldía; les impone la cómoda máscara de
la "enfermedad", que deben diagnosticar y medicar los
"expertos" en el control social para que "todos" parezcan y
actúen como si fuesen felices. En este juego de apariencias, el poder margina,
oprime y silencia política y socialmente las preguntas complejas con las que
toda persona "con depresión" nos interpela.
Continuará en 15 días…
Ver:
Luigi Cancrini, Date parole al dolore. La depressione: conoscerla per guarire,
Editore: Frassinelli; 4 edizione (1 settembre 2003)
NOTA
IMPORTANTE:
Recuerden que la
Certificación Internacional en Prácticas Colaborativas, capítulo Ecuador, comenzará
en abril de 2020. Si quieren innovar con
creatividad y aprender algo útil para sus prácticas profesionales, no dejen que
nada les impida participar y enriquecerse humanamente (así como en lo teórico y
en lo práctico) de esta experiencia abierta a todas/os los profesionales de los
campos sociales.
ICPCP (International
Certificate Program in Collaborative Practices) en Ecuador con el aval
académico del TAOS INSTITUTE y el HOUSTON GALVESTON INSTITUTE de Estados
Unidos. En esta Certificación Internacional tendremos un equipo de docentes con
experiencia y prestigio mundial. Por ejemplo: Harlene Anderson, Ph,D. (Estados
Unidos); Sylvia London, MA. (México); Mónica Sesma, Ph.D. (México); Diana
Carleton, ED.D. (Estados Unidos); Garbiñe Delgado, Ph.D. (España); Richard De
La Cuadra, fundador de la Academia Educacional Xavier (Estados Unidos); Maritza
Crespo Balderrama, MA. (Ecuador); Diego Tapia Figueroa, Ph.D. (Ecuador). Se
irán sumando otros profesionales de Argentina, Brasil, etcétera. Toda la
formación y capacitación será en español (cuando se requiera, con
traducción simultánea al español).