viernes, 21 de septiembre de 2018


El  diálogo en la construcción de la ética relacional
Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Dr. Diego Tapia Figueroa y MSc. Maritza Crespo Balderrama (septiembre, 2018)

“Todo lo que hago, lo hago con alegría.” Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)

El diálogo significa que dos personas están interconectadas. Es mirar el campo relacional que se organiza cuando uno está vinculado al otro, porque en la medida en que nos conectamos se generan nuevos aspectos para la compresión, se producen nexos para desarrollar nuevas formas de colaboración. Es en este espacio y contexto relacional, con un nivel reflexivo, en donde las palabras de uno de los interlocutores cobran sentido por la relación-conexión que establecen con las palabras del otro interlocutor.

El lenguaje es lo que nos permite ser y nos construye; es en el diálogo vivo que la vida habla. Al relacionarnos dialógicamente nos construimos socialmente. Solo el diálogo abre las posibilidades de encontrarse, respetuosamente, con la diversidad y de que el otro sea un genuino interlocutor porque es en esta acción con los otros -el diálogo- que el ser existe.
Sheila McNamee en una entrevista en la Universidad de Manizales en Colombia comenta:

Diálogo, desde el construccionismo social, es usado como asociado siempre con transformación social generativa, no conectaríamos el diálogo a algo que no sea generativo o de abrir posibilidades (…) Creamos un espacio donde la gente pueda poner realmente atención a las maneras en que ellos están creando juntos y entendiendo; y, también, que creamos un espacio en el que la gente pueda curiosear acerca de las diferencias. Eso no quiere decir que el diálogo resuelva el problema o que las personas lleguen a acuerdos, sino que las personas son invitadas a nuevas formas de entender las diferencias: y eso, es realmente de lo que se trata el diálogo. (2012).

La coordinación, a través de diálogo generativo, de procesos que posibilitan relaciones participativas, inclusivas y colaborativas implica una actitud fundamentalmente proactiva; reconoce y estimula las capacidades de los participantes y afronta la complejidad de los diferentes contextos culturales, locales, con un sentido de esperanza.  El diálogo, es una pregunta sobre lo nuevo; significa que es profundamente creativo y moviliza los recursos de los consultantes promoviendo, desde la curiosidad, un sentido de innovación y exploración productiva, para entender las diferencias.

Porque la cuestión sigue siendo: ¿Qué estamos creando juntos, para generar las posibilidades de un presente con las condiciones relacionales éticas y políticas, que signifiquen equidad, justicia, responsabilidad, dignidad? ¿Cómo nos conectamos a través del diálogo, para crear posibilidades de futuros distintos, respetuosos de los derechos humanos y de los compromisos sociales y relacionales de sus participantes? La reflexión demanda pasar siempre por el discurso crítico y la memoria generativa.

Frente a la homologación contemporánea, el conformismo imperante y la complaciente repetición de lugares comunes, lo realmente importante es proponer conversaciones reflexivas sobre aquello que las personas, en su cultura, consideran como necesario, bueno y válido; reivindicar la legitimidad de lo distinto, de que estos mundos, desconocidos y extraños, nos enriquecen, siempre y cuando seamos capaces de poner nombre a las dificultades, contradicciones, antagonismos, sin temer que el diálogo (que no es para forzar acuerdos) profundice la alteridad, a la vez que es la única posibilidad de legitimación de esos mundos distintos; mundos que se reconocen y comparten un proceso de conocimientos y aprendizajes que los recrean, les dan consistencia, y les permiten tener vida propia.

En la sociedad contemporánea, que ha devaluado la palabra a puro exhibicionismo, a puro marketing, a instrumentalización, cuando no a la queja victimista o a la culpabilización chantajista e irresponsable, el tipo de diálogo transformador llamado terapia es, en sí mismo, por la complejidad del proceso de interpelar lo no dicho, profundamente político y ético; es más, el diálogo en estos contextos, al generar la construcción conjunta de significados y la pragmática social necesaria para transformar las condiciones sociales y los contextos relacionales, es en sí mismo, como proceso dialógico, un proceso transformador, que nos permita co-construir una vida que merezca ser vivida con alegría.

viernes, 7 de septiembre de 2018

LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES SON PERSONAS, SON SERES HUMANOS Y MERECEN RESPETO, AMOR Y ACEPTACIÓN 
Consorcio Relacional y Socioconstruccionista del Ecuador (IRYSE)

Dr. Diego Tapia Figueroa y
MSc. Maritza Crespo Balderrama (septiembre, 2018)

Todo lo que hago, lo hago con alegría.” Michel de Montaigne (trad. en 2007, p.588)

Al niño se lo ama y acepta por el sólo hecho de ser, de existir.


Todo lo que hemos aprendido lo podemos desaprender, si han sido estilos relacionales y comunicacionales crueles e injustos, y podemos aprender y construir estilos nuevos, dignos de lo que nosotros merecemos. Verbalizar, decir lo que se piensa y siente, libera y da consistencia. Es la forma de relacionarse de los padres, la que modela el futuro estilo de vida que preferirán sus hijos. Esta relación es una escuela relacional. Construimos nuestros hábitos emocionales en función de las emociones aceptadas o prohibidas por los padres, por la cultura familiar y el contexto social. A lo largo de nuestra vida, nos daremos y aceptaremos, el mismo trato que recibimos cuando fuimos niños.

Es importante expresar de forma simple las emociones, nombrando con palabras lo vivido, para liberar a los hijos de un peso que no les corresponde. La palabra es sanadora, porque da vida a los afectos. Reconozca la emoción del niño. Manifiéstele su aprobación, tiene derecho a sentir lo que siente. Dele muestras de compasión, de comprensión, de aceptación: es lo que necesita. Invitar a co-crear a niños y adolescentes, un espacio consistente, cotidiano y permanente para que construyan sus preguntas propias. El bienestar interno del niño se basa en la confianza de que él ha hecho que a los adultos (a usted) les encante cuidarle. Que para recibir el amor de sus padres no necesita complacerlos, obedecerlos, repetir sus vidas, sino que se lo ama por el sólo hecho de ser, de existir. De todos los regalos, éste es el más importante, pues constituye la base de toda felicidad y bondad y es una protección relacional.

La importancia de las relaciones está en la cultura del buen trato y en el lenguaje. Buen trato significa, en primer lugar, diálogo. Todo lo que no pone el diálogo en primer lugar es mal trato y significa exclusión. La premisa de que el diálogo es generativo (que la transformación ocurre en el diálogo y a través de él) es el fundamento de esta práctica y de las acciones desde una ética relacional. Es el diálogo, la conexión auténtica, la reflexión asertiva, el vínculo de confianza y seguridad los que hacen que ser con el otro sea un proceso humano transformador, que genera responsabilidad y libertad, que moviliza fortalezas y recursos. Las palabras forman nuestros significados, y éstos influyen en nuestra manera de vivir. En el instante en que proferimos una palabra, en el instante en que nos expresamos: somos, nos convertimos; en ese momento les decimos a los otros -y a nosotros- de nuestra compleja condición humana y de nuestra dignidad, mostramos cómo es nuestro ser, quiénes somos, qué somos, y en qué podemos convertirnos.

Abusar física, emocional, sexualmente de un niño es un crimen.

Golpear, gritar, insultar, humillar, oprimir, explotar, invisibilizar, descalificar a un niño es violencia que deshumaniza, cosifica y tiraniza; abusar física, emocional, sexualmente de un niño es un crimen, un crimen que no debe quedar en la impunidad, que no debe ser encubierto jamás, con ninguna coartada; un abuso de poder que se debe denunciar, hacer justicia, reparar. Todo encubrimiento, negligencia y justificación de los crímenes sexuales contra niños y adolescentes (como contra las mujeres) hace a los encubridores (personas y/o instituciones), cómplices y corresponsables de esos crímenes.

Unos padres insensibles a sí mismos porque han sido insensibles con ellos no pueden ser sensibles a las necesidades relacionales de su hijo. Tienen tendencia a negarlas, a minimizarlas. Pueden infligirle heridas profundas con “la mejor voluntad del mundo”, de la misma forma que sus propios padres los hirieron “por su propio bien”. Cuanto mayor es la impotencia interior, más necesidad de poder sobre los demás se tiene. Cuando uno no se siente a la altura, no puede confesar debilidades que son impropias de su rol o función. Se aterroriza a los demás para tener menos miedo de uno mismo.

Los adultos se niegan a prestar atención a los sentimientos de sus hijos porque han tenido que olvidar sus propios sufrimientos. Cuanto más hayan sufrido, más se negarán a identificarse con el malestar de la situación de dependencia y no querrán ponerse en contacto con el dolor. Negando su propio dolor, niegan el del niño. Repiten tontamente los comportamientos abusivos como para demostrarse que no obran mal. Mientras un padre o una madre no estén dispuestos a cuestionar a sus propios padres, no querrá recordar lo que ha vivido. Hay personas que no conocen sus verdaderas necesidades porque no han tenido derecho a tenerlas. Nunca les han dicho no a su madre o a su padre. Por eso no saben muy bien quiénes son. Alice Miller (busquen sus libros, léanlos urgente), propone estas preguntas liberadoras:               

¿Qué me atormentó durante mi infancia? ¿Qué es lo que no me permitieron sentir?

Explica Miller: un niño, desde que nace, necesita el amor de sus padres; necesita que éstos le den su afecto, su respeto, su aceptación, su atención, su protección, su cariño, sus cuidados y su disposición a comunicarse con él. Cuanto menos amor haya recibido el niño, cuanto más se le haya negado y maltratado con el pretexto de la educación, más dependerá, una vez sea adulto, de sus padres o de figuras sustitutivas, de quienes esperará todo aquello que sus progenitores no le dieron de pequeño. No significa que tengamos que pagar con la misma moneda a nuestros padres, ya ancianos, y tratarlos con crueldad, sino que debemos verlos como eran, tal como nos trataron cuando éramos pequeños, sin idealizarlos ni mentirnos, para liberarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos de ese modelo de conducta. Es preciso que nos desprendamos de los padres que tenemos interiorizados y que continúan destruyéndonos; sólo así tendremos ganas de vivir y aprenderemos a respetarnos y querernos.

El hogar es aceptación

Que niños y adolescentes, sientan esto: “estoy presente, estoy contigo, te valoro, te acompaño con afecto, comprensión, apertura y respeto, por eso, te acepto y te dejo ser”. Que los encuentros sean cada vez, entendimientos transformadores. Valorar -decírselo- y confiar en las capacidades y habilidades que sí tienen niños y jóvenes. Aprender a reflexionar, a cuidar las palabras; cuidar a las personas que tienes al frente; y, cómo vas a presentar y decir lo que estás pensando. Con una actitud atenta hacia los procesos relacionales y con una sensibilidad muy alta con respecto a aquello que entendemos como positivo, reconociendo qué parte de responsabilidad tenemos en los conflictos, crisis o dilemas; así como en la generación conjunta de alternativas inteligentes para construir bienestar social.

Usted no es solamente lo que está acostumbrado a ser; puede convertirse en quien tenga ganas de ser”. Respetar las emociones de un niño significa permitirle sentir quién es, tomar conciencia de sí mismo aquí y ahora. Significa situarle en posición de sujeto, autorizarle a mostrarse diferente a nosotros de nosotros. Considerarle como una persona y no como un objeto, darle la posibilidad de responder a su manera particular a la pregunta: ¿quién soy? Significa también ayudarle a realizarse, permitirle percibir su “hoy” en relación con “ayer” y “mañana”, ser consciente de sus recursos, de sus fuerzas y sus carencias, y sentirse mientras avanza por un camino, su camino. Acompañarlo con respeto y amor en su devenir.

La responsabilidad adulta: contribuir a que los niños y adolescentes sean cada vez más autónomos, independientes y responsables, que sepan discernir, pensar con su propia cabeza, reflexionar, expresar, cuestionar. Que sintonicen con respeto y amor, tanto consigo mismo, como con los otros. Como explica Françoise Dolto: El deber más importante que tenemos hacia nuestros hijos, después de alimentarles y protegerles, es el de ser felices nosotros mismos. Es inútil que te sacrifiques por ellos; tu realización es uno de los elementos fundamentales de su pleno desarrollo porque les provocan ganas de crecer y les libera de la carga de hacerte feliz. Además, un padre y una madre libres, están más disponibles afectivamente para su hijo. Lo que arma realmente frente a las experiencias no es la capacidad para someterse y obligarse, sino la aptitud para ver las cosas con buenos ojos, para reír, para movilizar los propios recursos, para inventar soluciones creativas.

Dice Tom Andersen: “Las palabras son como manos con las que tocamos el rostro de las personas. Y, a la vez, puedes ver a las personas ser tocadas por sus propias palabras”. El poder de unir el diálogo reflexivo con la capacidad de conmoverse: es lo distinto cualitativo. Diferentes palabras de nuestra experiencia apuntan a la construcción conjunta de diferentes futuros. Hay una bella idea de Harlene Anderson: “El hogar es aceptación”. Es el hogar humano que necesitamos todos. Invitando a generar preguntas distintas: ¿Cómo construir espacios relacionales-dialógicos de intimidad, que tengan dignidad, que sean liberadores?

En Ecuador, las corresponsabilidades sociales, culturales, políticas y de ética relacional, que tenemos nos interpelan ahora mismo, y nos comprometen a transformar críticamente, con una pragmática reflexiva (encarnando la diferencia, generando nuevas culturas relacionales), este statu quo cruel e injusto con los más vulnerables; y, a trabajar conjuntamente procesos nuevos a favor de la causa de los niños y los adolescentes; con amor incondicional, legitimándolos como sujetos de derechos, acompañándolos con respeto, amor, aceptación.